Hubo un momento en la historia de la humanidad en el que el desarrollo mental del ser humano sobrepasó demasiado a su desarrollo espiritual y entonces la ciencia intentó sin resultados claros, contundentes e irrefutables, descubrir y explicar el origen del universo y de la vida a través del método científico.
Como parte de
ese intento netamente intelectual, las personas comenzaron a cuestionar y rechazar
las teorías religiosas y ya con mucho menos temor a la divinidad se despojaron
de algún asomo de moralidad e integridad, negando la existencia de Dios y poniendo
en grave peligro a la humanidad bajo de la acción de los criterios del ego
personal de quienes se sintieron llamados a controlar el mundo, sin amor
incondicional por los semejantes y en general por la humanidad.
Finalmente, al
igual que la religión, la ciencia no logró las respuestas a las preguntas más
profundas del ser humano y se hizo evidente que solo una elevación del nivel de
consciencia podría influir en un cambio positivo en la forma de vivir, de la
mano de la comprensión de la energía sexual ya despojada de prejuicios,
perversiones y violencia que fueron brutal y enfermizamente exacerbados por
medio de la literatura, el cine, la televisión y la Internet.
El ser humano
se había limitado a creer en la sola existencia del mundo físico, se estancó
espiritualmente y no era capaz de manifestar una realidad más allá de sus
creencias, pero algunos individuos eran conscientes de la existencia de los
planos espirituales y de su influencia y acción en el mundo físico, lo que les
permitió vivir con menos limitaciones y ser capaces de impulsar el cambio.
Llegó entonces
la hora de la extinción del viejo humano y del surgimiento del nuevo, el tiempo
de dejar de guiarse por creencias que no son la única verdad y el momento de
ser cuidadores más que depredadores, administradores en vez de parásitos y
benefactores en lugar de plaga, tal como los indígenas que fueron culturalmente
más avanzados que sus opresores y desde su visión del mundo amaban, respetaban
y reverenciaban a la naturaleza.
Los humanos
vivían condicionados social y culturalmente porque se les enseñó que eran
víctimas impotentes de la fenomenología externa a ellos y que necesitaban de
algo externo para poder estar sanos y ser prósperos y exitosos, cuando
solamente estaban limitados si elegían estarlo.
No eran
víctimas sino creadores y no estaban separados de la madre tierra, ni de los semejantes
ni del universo y ya no eran tiempos para la expresión y declaración de un silencio
cómplice con los males que aquejaban al mundo y lo conducían directo a la
autodestrucción. Por más maldad que albergara un ser humano, el poder creativo
subyacía en su interior y era UNO con ese poder.
Nunca fueron
expulsados del jardín del edén como les hicieron creer, seguían en ese jardín y
eran responsables de cuidarlo para evitar que desapareciera y también ellos, de
paso. Y no eran seres inferiores como parecían ser, sino seres en camino de
retorno hacia su divinidad y así como los animales parecían superar a los
humanos en su obrar instintivo, los humanos corrientes parecían superar a los
maestros espirituales en su obrar apasionado, pero todos eran perfectos en su
obrar, igual que la naturaleza en su sabio accionar.
Lo que otras
especies hacían por instinto, los humanos lo hacían a consciencia y aunque con
la tecnología diseñaron dispositivos que reemplazaron las funciones biológicas
corporales, su cuerpo siempre las hacía de forma más eficiente y podían
fortalecerlas a través de la visualización y la meditación, pero no lo
recordaban.
Charles
Darwin, uno de sus muchos científicos teorizó que la raza humana era el
resultado de una evolución lenta y gradual, pero la ciencia nunca logró
demostrarlo de manera irrefutable. En cambio, a una escala espiritual, esa
misma raza comenzó a tener consciencia de ser parte de algo mayor, lo cual fue
determinante para su evolución.
Hasta ese
momento la religión y la historia eran formas limitadas e incompletas de explicar
todo el trasfondo de la aparición de la vida humana y todo apuntaba más bien a
la intención de algo más grande que lo que eran capaces de concebir y en esa
idea estaba latente la promesa de algo extraordinario para la humanidad.
La solución a los
problemas que agobiaban a la humanidad no se logró a través de la intervención
gubernamental ni mediante activismos políticos, aunque se intentó por miles de
años, porque un cambio así solo podría iniciarse en el corazón de las personas,
como finalmente ocurrió.
Cambiar el
mundo era tan simple como cambiar de actitud porque al cambiar la percepción
cambiaba el entorno. La paz en el mundo comenzó con la paz consigo mismo, con
la paz interior y de ese modo no era necesario un esfuerzo descomunal para cambiar
el mundo.