lunes, 24 de abril de 2023

Prólogo

 Hubo un momento en la historia de la humanidad en el que el desarrollo mental del ser humano sobrepasó demasiado a su desarrollo espiritual y entonces la ciencia intentó sin resultados claros, contundentes e irrefutables, descubrir y explicar el origen del universo y de la vida a través del método científico.

Como parte de ese intento netamente intelectual, las personas comenzaron a cuestionar y rechazar las teorías religiosas y ya con mucho menos temor a la divinidad se despojaron de algún asomo de moralidad e integridad, negando la existencia de Dios y poniendo en grave peligro a la humanidad bajo de la acción de los criterios del ego personal de quienes se sintieron llamados a controlar el mundo, sin amor incondicional por los semejantes y en general por la humanidad.

Finalmente, al igual que la religión, la ciencia no logró las respuestas a las preguntas más profundas del ser humano y se hizo evidente que solo una elevación del nivel de consciencia podría influir en un cambio positivo en la forma de vivir, de la mano de la comprensión de la energía sexual ya despojada de prejuicios, perversiones y violencia que fueron brutal y enfermizamente exacerbados por medio de la literatura, el cine, la televisión y la Internet.

El ser humano se había limitado a creer en la sola existencia del mundo físico, se estancó espiritualmente y no era capaz de manifestar una realidad más allá de sus creencias, pero algunos individuos eran conscientes de la existencia de los planos espirituales y de su influencia y acción en el mundo físico, lo que les permitió vivir con menos limitaciones y ser capaces de impulsar el cambio.

Llegó entonces la hora de la extinción del viejo humano y del surgimiento del nuevo, el tiempo de dejar de guiarse por creencias que no son la única verdad y el momento de ser cuidadores más que depredadores, administradores en vez de parásitos y benefactores en lugar de plaga, tal como los indígenas que fueron culturalmente más avanzados que sus opresores y desde su visión del mundo amaban, respetaban y reverenciaban a la naturaleza.

Se hizo imperativo alimentarse correctamente, alineando las prácticas de producción de alimentos con los valores humanos y eliminando la manera tóxica en que lo hacían con adición de pesticidas, hormonas, antibióticos, grasas y azúcares, con remoción de la fibra y aumento alarmante de producción y consumo de alimentos transgénicos. Ese solo cambio les permitió dejar de envejecer prematuramente y vivir mejor, les ayudó a alcanzar el equilibro y los encaminó a vivir en paz.

Era el momento de superar los estilos de vida nocivos y así dejar de fumar tabaco, beber alcohol, consumir drogas, comer animales, abortar bebés y asesinar semejantes, todo vinculado con tendencias suicidas subconscientes o con el deseo irracional de interrumpir la vida de otros sin reconocer su valor e ignorando su transcendencia.

Los humanos vivían condicionados social y culturalmente porque se les enseñó que eran víctimas impotentes de la fenomenología externa a ellos y que necesitaban de algo externo para poder estar sanos y ser prósperos y exitosos, cuando solamente estaban limitados si elegían estarlo.

No eran víctimas sino creadores y no estaban separados de la madre tierra, ni de los semejantes ni del universo y ya no eran tiempos para la expresión y declaración de un silencio cómplice con los males que aquejaban al mundo y lo conducían directo a la autodestrucción. Por más maldad que albergara un ser humano, el poder creativo subyacía en su interior y era UNO con ese poder.

Nunca fueron expulsados del jardín del edén como les hicieron creer, seguían en ese jardín y eran responsables de cuidarlo para evitar que desapareciera y también ellos, de paso. Y no eran seres inferiores como parecían ser, sino seres en camino de retorno hacia su divinidad y así como los animales parecían superar a los humanos en su obrar instintivo, los humanos corrientes parecían superar a los maestros espirituales en su obrar apasionado, pero todos eran perfectos en su obrar, igual que la naturaleza en su sabio accionar.

Lo que otras especies hacían por instinto, los humanos lo hacían a consciencia y aunque con la tecnología diseñaron dispositivos que reemplazaron las funciones biológicas corporales, su cuerpo siempre las hacía de forma más eficiente y podían fortalecerlas a través de la visualización y la meditación, pero no lo recordaban.

Charles Darwin, uno de sus muchos científicos teorizó que la raza humana era el resultado de una evolución lenta y gradual, pero la ciencia nunca logró demostrarlo de manera irrefutable. En cambio, a una escala espiritual, esa misma raza comenzó a tener consciencia de ser parte de algo mayor, lo cual fue determinante para su evolución.

Hasta ese momento la religión y la historia eran formas limitadas e incompletas de explicar todo el trasfondo de la aparición de la vida humana y todo apuntaba más bien a la intención de algo más grande que lo que eran capaces de concebir y en esa idea estaba latente la promesa de algo extraordinario para la humanidad.

La solución a los problemas que agobiaban a la humanidad no se logró a través de la intervención gubernamental ni mediante activismos políticos, aunque se intentó por miles de años, porque un cambio así solo podría iniciarse en el corazón de las personas, como finalmente ocurrió.

Cambiar el mundo era tan simple como cambiar de actitud porque al cambiar la percepción cambiaba el entorno. La paz en el mundo comenzó con la paz consigo mismo, con la paz interior y de ese modo no era necesario un esfuerzo descomunal para cambiar el mundo.

Era el momento de una revolución en todos los ámbitos: social, educativo, político, económico, espiritual y sexual para acabar la injusticia, la ignorancia, la corrupción, la desigualdad, el estancamiento y las disfunciones sexuales. Había llegado el momento de dejar de ser autómatas de cuerpo y mente, o de solo adoradores del cuerpo, para convertirse en seres conscientes que integran cuerpo, mente y alma en la dinámica de la interacción de sus sentimientos, pensamientos y acciones con inclinación espiritual y valoración de la divinidad.

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